Olores de la niñez...

marzo 26, 2008

15 TENTACIONES
Una de las cosas que más recuerdo de cuando era una niña, era el ambiente familiar que se respiraba en las calles. Los vecinos se saludaban y se paraban a hablar en la calle, en el “súper” de la esquina te conocían de siempre y si, cuando ibas a comprar te faltaban 5 duros la cajera te decía: “no te preocupes mi niña, que tu madre ya me los paga otro día”.

En mi calle, había además, varios negocios singulares. Durante un tiempo hubo un par de naves industriales (si, en el centro de la ciudad) que me fascinaban por el olor a soldadura que salía por sus puertas. Nunca supe en sí a que se dedicaban. Había coches, barcos, puertas gigantescas…Un poco más abajo, un taller de chapa y pintura que todavía existe y a su lado, el electricista al que mi padre llevó el coche para que le pusieran el radiocassette. Olor a disolvente y a pintura.

Casi llegando a la confluencia con una de las principales vías de la ciudad, una panadería. Cuando venía del colegio, paraba a comprar el pan: “deme 2 panes chicos”. En la esquina de arriba, un asadero de pollos, el único que en pleno centro de la ciudad aún los sigue haciendo a la brasa y donde cuando ya era adolescente parábamos a comprar 25 ptas de papas para picar algo antes de llegar a casa. En la esquina de debajo de la panadería, unas puertas de madera enormes guardaban el mayor de los tesoros para un niño. Era un mayorista de golosinas de todo tipo y… de voladores… Olor a comida, a dulces, a pólvora,…

Pero había dos, todavía más abajo, casi llegando a las puertas de casa que eran mis preferidos, el tostadero de café y la carbonera.

He de confesar que nunca me ha gustado el café pero el olor del café recién tostado…me vuelve loca. Todavía recuerdo cómo llegaban los camiones cargados de sacos de café procedentes de Brasil y cómo la calle se cortaba al tráfico durante toda una mañana para descargarlos. Kilos y kilos de café entraban por las puertas hacía un almacén que no volvería a recibir tan ingente cantidad de mercancía en unos meses. Era inevitable que algunos granos de café cayesen a la calle. Cogía algunos y los metía en la mochila del cole. Cuando tostaban el café, su olor envolvía toda la calle y las de alrededor. Era el momento en el que mi abuela me decía “anda y ve a traer un cuarto de café”. Iba corriendo hacia el almacén y cuando llegaba me escondía entre las puertas para que el momento de aspirar todo ese olor fuese máximo. El café se molía al momento. La cantidad deseada por el cliente. Estaba calentito y con él, bien apretado a mi pecho, volvía hacia casa.

La carbonera. La carbonera era un garaje antiguo de apenas 10 m2 lleno hasta el techo de carbón y llevado por una señora permanentemente tiznada de negro. Estaba siempre metida en un rincón del garaje y apenas se la veía. A veces pensaba que era una bruja y siempre pasaba por delante de ella mirándola de reojo. El olor que había en ese tramo de la calle, era un olor mineral.

Cuántos olores en un tramo de calle de apenas 50 metros.

La calle donde vivo ahora, en una zona residencial, no huele a nada. Por eso cuando el otro día mi vecina me paró y me preguntó si había hecho algo con chocolate porque el olor se le había metido en la casa, me alegré. Y me sentí como si hubiera vuelto a la calle donde me crié, donde todavía viven mis padres y en donde tan sólo queda el olor de los pollos asados.


BROWNIE DE CHOCOLATE
Receta de GranCanaria


125 gr de cobertura de chocolate negro
100 gr de harina
140 gr de nueces
160 gr de huevos (vienen a ser 3 huevos tamaño L)
210 gr de azúcar
200 gr de mantequilla pomada

Precalentar el horno a 200º.

En un bol, esponjar la mantequilla con la ayuda de unas varillas.

Poner la cobertura en un bol de plástico y fundirla en el microondas (2x45”). Mover para que se funda uniformemente. Añadirla a la mantequilla cuando pierda un poco de temperatura. Procurar que no se corte la mezcla.

En otro bol, batimos los huevos junto con el azúcar hasta que blanqueen un poco. Mezclamos los dos batidos y finalmente agregamos la harina tamizada y las nueces.

Cocer en un molde rectangular de 25x15 cm, engrasado o sobre Silpat durante unos 20 minutos.

Al salir del horno, tiene que estar muy tierno y con una textura más bien cruda y húmeda.